Bajamos de la distancia emblemática del fondo (el marathon) con Zatopek y Bikila y llegamos a otra distancia mágica, la milla, y a una hazaña y un atleta esenciales para entender qué representa la superación humana y la derrota del tiempo. Vamos a conocer la historia de un hombre y una frontera psicológica que muchos creían insuperable pero que, como la gran mayoría de estas a lo largo de la historia , necesitó de un primer pionero en bajar el crono para ser batida a continuación por muchos de sus contemporáneos. Esta es la historia de un corredor, una milla y cuatro minutos.
El
día resultó ser ventoso, lo que no era precisamente una buena noticia
para Bannister, quien horas después tenía una cita con la historia en el
viejo estadio Iffley Road de Oxford. Como era costumbre, pasó la mañana
haciendo sus prácticas en el hospital de Saint Mary; después, cogió el
tren desde Londres hasta Oxford para disputar un encuentro atlético en
el que participarían una amplia nómina de atletas británicos (Chris
Chataway, Chris Brasher, Alan Gordon, George Dole..). Viajó sólo, en
segunda clase, algo impensable hoy en día para una estrella del deporte.
Bannister iba a
atacar una de las grandes fronteras del atletismo (“el muro”, lo
llamaban algunos): los cuatro minutos en la milla, la prueba por
excelencia del medio fondo. Hoy en día puede parecer un objetivo menor a
la vista de los 3:43.13 que tiene El Guerrouj como mejor marca mundial,
pero entonces era un reto enorme que mantuvo durante años a los mejores
atletas y entrenadores en busca de la forma de conseguirlo. “La
milla en cuatro minutos se había convertido en una especie de Everest.
Era un desafío al espíritu humano, un obstáculo que parecía mofarse de
todos cuantos intentaban vencerlo, un llamamiento punzante contra el que
el hombre luchaba en vano”, escribiría años después el propio Bannister en su autobiografía First Four Minutes (Los primeros cuatro minutos).
No
extraña, por tanto, la enorme expectación generada cuando se supo que
el mejor mediofondista británico iba a intentar semejante gesta. Bajo la
supervisión del preparador austriaco Franz Stampfl, llevaba meses
entrenándose para rebajar esta marca. Bannister entrenaba solo, cinco
días a la semana y apenas una hora diaria, para no perjudicar sus
estudios. Con vistas a este reto, y para rentabilizar al máximo su
escaso tiempo, buscaba la calidad del entrenamiento –haciendo continuas
series- antes que la cantidad.
En
Oxford almuerza con un matrimonio amigo y las hijas de éstos. Llueve y
el viento sopla con fuerza, lo que sin duda complicaría todavía más su
desafío... pero estaba decidido a intentarlo. Sabía que tenía el
récord en sus piernas y que no tendría muchas más oportunidades porque
ya había tomado la decisión de abandonar la práctica del atletismo a
finales de año para realizar el doctorado en Neurología. Sabía
además que el australiano John Landy estaba logrando marcas cada vez más
cercanas a los 4 minutos, y que con la progresión que llevaba pronto
podría superar la mítica barrera. “Así que ahora o nunca”, debió pensar
Bannister.
Cae el muro
En
una época muy alejada del actual profesionalismo, la pista elegida
también distaba mucho de los escenarios sobre los que se logran hoy en
día las grandes marcas. La pista de Iffley Road era de ceniza y apenas
una modesta tribuna de madera se levantaba junto a la recta principal.
Pero la expectación era tan grande que unos 3.000 espectadores se
agolparon alrededor de la misma para presenciar la prueba, que fue
retransmitida por la cadena de radio de la BBC, con el antiguo campeón
olímpico de los 100 metros Harold Abrahams como comentarista. Apenas
media hora antes del inicio de la carrera la velocidad del viento
descendía hasta los dos metros por segundo, y dejaba de llover.
Todos
los participantes en esa carrera llevaron dorsales de dos cifras que
empezaban por 4 (en alusión a los cuatro minutos que se pretendían
rebajar); Bannister llevaba el 41. Para ayudarle a conseguir su
objetivo contaría con la colaboración de Brasher y Chataway, quienes le
harían de liebres. Los dos atletas londinenses llevaron la carrera a un
ritmo vivo, pero Bannister parecía inquieto, deseoso aún de una mayor
rapidez. A falta de 400 metros para el final el tiempo era bueno
(3:00.07) pero no lo suficiente para lograr la marca deseada. Tendría
que cubrir la última vuelta en menos de un minuto. Fueron 400 metros
agónicos, en dura lucha contra el viento y la fatiga, que se reflejaba
en su rostro crispado, la boca abierta, los ojos cerrados... En la
tribuna y alrededores del viejo estadio el público animaba con
entusiasmo. Cuando Bannister rompió la cinta de llegada el crono marcó…
¡3:59.4!, lo que suponía rebajar en dos segundos el anterior récord
mundial (4:01.4), en poder del sueco Gunder Hägg desde 1945. La noticia
llegó incluso a paralizar la actividad del parlamento inglés.
El
joven estudiante de medicina había conseguido derrotar al “muro”; había
logrado lo que durante medio siglo se le había resistido a los grandes
especialistas del medio fondo. Por eso, algunos bautizaron aquella
carrera como "la milla milagro" (miracle mile). Resulta
curioso, sin embargo, que uno de los récords más famosos de la historia
del atletismo fuera, a su vez, uno de los más efímeros. El 21 de junio,
sólo 46 días después, el australiano John Landy le arrebataba la
plusmarca, al correr la distancia en Turku (Finlandia) en 3:58.0.
Pero
eso poco importaba ya. En 1953 Edmund Hillary conquistaba por primera
vez la cima del Everest. Después, otros muchos alpinistas seguirían sus
pasos, pero la gesta de Hillary continuará imborrable por los siglos de
los siglos... Él fue el primero en conseguirlo. De igual manera, aquel 6
de mayo de 1954 Bannister conquistaba su particular Everest y –pese a
lo efímero de su récord- nunca ya nadie le quitará su lugar privilegiado
en el recuerdo de los aficionados al atletismo. Aquel día, en
definitiva, conquistó la eternidad.
Una carrera fugaz
Roger
Gilbert Bannister nació el 23 de marzo de 1929 en Harrow (Londres).
Hijo de una familia adinerada, se educó en algunas de las mejores
escuelas de Inglaterra. Cursó estudios de medicina en la Universidad de
Oxford, estudios que compaginaba con el atletismo, deporte que
practicaba desde su juventud y en el que pronto empezó a destacar.
Desde
sus inicios Bannister -alto (1,87 metros), flaco (70 kilos), rubio, de
rostro afilado, pómulos muy marcados y exquisitos modales- se
especializó en las pruebas de medio fondo. En 1950, con sólo 21 años,
logró la medalla de bronce en los 800 metros de los Campeonatos de
Europa de Bruselas, y dos años después participó en los Juegos Olímpicos
de Helsinki, donde rozó la medalla en los 1.500 metros (finalizó 4º con
un tiempo de 3:46.0). Pero no fue hasta el ya rememorado 6 de mayo de
1954 cuando alcanzó la gloria. Al récord de Bannister le siguió,
un mes y medio después, el del australiano John Landy. Eran los dos
mejores atletas del medio fondo mundial, y la expectación era máxima por
ver un enfrentamiento entre ambos. El duelo no tardó mucho en
llegar; el 7 de agosto de ese mismo año, en Vancouver, competían juntos
por primera vez en su vida, con motivo de los Juegos de la Commonwealth.
Bannister impuso su poderosos final para acabar ganando con un tiempo
de 3:58.8, por los 3:59.6 de Landy.
Esta carrera
fue un gran acontecimiento seguido ampliamente por los medios de
comunicación de todo el mundo, y los británicos lo celebraron con
orgullo como un gran éxito nacional. Pocas semanas después, conquistaba
la medalla de oro de los 1.500 metros en los Campeonatos de Europa
disputados en Berna con 3:43.8. Pero la vida deportiva de Bannister fue
incomprensiblemente corta. A finales de 1954, con tan sólo 25 años de
edad, decide retirarse del atletismo para centrarse en la medicina,
actividad en la que llegaría a ser un prestigioso neurólogo. Una vez retirado recibió numerosos honores: fue el primero en ser elegido “deportista del año” por la revista americana Sports Illustrated (en
1954); fue el primer Presidente del Consejo Inglés de Deportes; la
reina de Inglaterra le nombró Sir (caballero) en 1975 por sus hazañas
deportivas... La pronta retirada, en la cúspide de su carrera,
agrandó la fascinación hacia su figura. De hecho, su historia ha sido
llevada en dos ocasiones a la pequeña pantalla: en una miniserie de 1988 titulada The Four Minutes Mile, protagonizada por Michael York, y en el telefilm producido en 2005 Four Minutes, con Jamie Machlachlan dando vida a Roger Bannister y Christopher Plummer como su entrenador.
Desde
que Bannister rompiera la barrera de los cuatro minutos, otros trece
atletas han poseído el récord de la milla: John Landy, Derek Ibbotson,
Herb Elliot, Meter Snell, Michel Jazy, Jim Ryun, Filbert Bayi, John
Walter, Sebastián Coe, Steve Ovett, Steve Cram, Nourredine Morcelli e
Hicham El Guerrouj. De todos ellos, sólo tres han impresionado a Sir
Roger: el australiano Elliot, el norteamericano Ryun y el marroquí El
Guerruj. "Elliott tenía un gran margen de superioridad sobre sus
contemporáneos, a diferencia de otras épocas; El Guerruj tiene ahora el
récord y es extraordinariamente bueno, especialmente construido para
esta prueba; Ryun corrió en 3:52 sobre las pistas antiguas y se puede
asegurar que valía 3:48, una marca que en la actualidad equivaldría a
3:43 ó 3:44", explicaba en 2004, con motivo del 50 aniversario de su
gesta: la milla milagro.