Idolos del Running (I): Zatopek, la locomotora humana
Arrancamos una serie dedicada a 10 de los mejores mediofondistas y fondistas de la historia. Nombres míticos, son a la vez atletas singulares y personas que representan a la perfección el sacrificio, la épica, el espíritu y sobre todo la belleza de un deporte que cuenta cada día con más adeptos.
Arrancamos, quizá, con el mejor de todos ellos.
Transcurría el kilómetro 20 de la prueba cuando, algo confuso, se giró hacia sus rivales y les dijo: “Yo no entiende de maratón pero, ¿no estamos corriendo demasiado lento?” Tras no encontrar respuesta, aceleró el ritmo y se marchó en solitario en busca de la línea de meta. En el momento de su entrada al estadio los espectadores, puestos en pie, aclamaron entusiasmados su proeza. Era la primera vez que corría un maratón y aquella victoria, con récord olímpico incluido (2h 23:04), significaba la culminación de una hazaña que le encumbró para siempre a la leyenda del atletismo: el triplete olímpico (5.000, 10.000 y maratón) en Helsinki 1952.
“Ese Zatopek corrió como con un péndulo sobre su pescuezo, su lengua carmesí pendía fuera, como si realmente lo estuvieran estrangulando”, escribió un periodista que cubría aquellos Juegos. Efectivamente, su manera de correr era extraña, con un estilo desgarbado, agónico, con la boca abierta y el rostro desencajado, como si tuviera un cuchillo clavado en el pecho, como si su cuerpo se fuera a desvencijar en cualquier momento… Pero era casi invencible. El secreto de su éxito residía en un entrenamiento durísimo, con volúmenes e intensidades descomunales para aquel entonces. En el punto álgido de su trayectoria deportiva, corría 800 kilómetros mensuales (unos 27 diarios).
Su manera de entrenar fue toda una revolución para la época e incluso creó su propia metodología (el entrenamiento interválico), que en un primer momento le generó bastantes críticas. En vez de largos rodajes, hacía numerosas repeticiones de distancias cortas –entre 200 y 400 metros- a muy alta intensidad y con breves pausas de recuperación, en las que seguía corriendo a menor ritmo. Esto le permitió mejorar rápidamente su velocidad y resistencia. “¿Por qué habría de entrenar corriendo a ritmo lento? Ya sé correr a ritmo lento. Debo aprender a correr a ritmo rápido”, decía. Además, entrenaba a menudo calzado con botas militares y peso en los pies; así, la competición le parecería luego un descanso.
De carácter humilde y reservado, Zatopek destacó siempre por su inmenso afán de superación y su amor a este deporte. “Un atleta no puede correr con dinero en sus bolsillos. Ha de hacerlo con esperanza en el corazón y sueños en su cabeza”, llegó a decir. Con esta actitud se ganó el cariño de un público que le adoraba y le aclamaba sin cesar en las carreras. Fue un pionero del atletismo, un adelantado de su tiempo, “un atleta valiente como no ha existido otro”, según el mediofondista español José Luis González… ¿El mejor fondista de la historia? Muchos especialistas no tienen duda de ello.
Atleta por accidente Nacido el 19 de septiembre de 1922 en Koprivnice (Checoslovaquia), era el sexto de siete hermanos de una humilde familia obrera. A los 16 años empezó a trabajar en la fábrica de calzados Bata, gracias a la cual, y de manera absolutamente casual, se inició en el mundo del atletismo. Bata patrocinaba cada año una carrera en la que los jóvenes del pueblo estaban casi obligados a participar. Así, en 1940, con 18 años, no tuvo más remedio que correr y ante su sorpresa (nunca había realizado entrenamiento alguno) quedó segundo, lo que le animó a participar en otras carreras. “La gente me aplaudió y eso me gustó. Desde entonces empecé a acudir a las sesiones de entrenamiento”, recordaría años después.
Sus primeras carreras, sus primeros éxitos en el atletismo, tendrían lugar en una Checoslovaquia ocupada por las tropas alemanas en plena Segunda Guerra Mundial. En aquella época, un joven Emil –un chico tranquilo y callado- trabajaba en la fábrica, asistía a clases de química, echaba una mano a su padre en el huerto familiar que les daba de comer, y corría en sus ratos libres. En 1945, con el país ya liberado de la ocupación alemana y la Guerra tocando a su fin (poco después llegaría el régimen comunista), se alista en el Ejército checoslovaco para seguir la carrera militar, en la que alcanzaría el grado de coronel.
Durante estos años, con una inquebrantable disciplina, cumplía sus obligaciones como militar durante el día y entrenaba por las noches, alumbrándose con una linterna eléctrica. Calzado siempre con sus inconfundibles zapatillas de cuero rojas que le seguían proporcionando –de espaldas a su patrón- sus antiguos compañeros de la fábrica, Zatopek ya poseía por aquel entonces los récords nacionales de 2.000, 3.000, 5.000 y 10.000 metros, y era sin discusión el mejor atleta nacional.
Sin embargo, no se dio a conocer en el atletismo internacional hasta 1946 durante los Campeonatos de Europa de Oslo, donde fue quinto en los 5.000 metros. Dos años más tarde, en los Juegos Olímpicos de Londres, empezó a forjar su leyenda, al lograr la medalla de oro en 10.000 metros -con récord olímpico incluido- y plata en los 5.000. A estos éxitos le siguieron, en el periodo de entre Juegos, numerosos récords del mundo en todas las distancias posibles del fondo (10.000 metros, diez millas, 20 kms, récord de la hora y 30 kms) además de dos medallas de oro en los campeonatos de Europa de Bruselas´1950.
Hazaña olímpica Pero es en los Juegos Olímpicos de Helsinki´1952 donde se corona como el rey del atletismo mundial, al enfrentarse –y salir victorioso- a un reto sobrehumano que nadie antes había intentado y nadie se ha atrevido a intentar después: disputar en apenas una semana los 5.000, 10.000 y el maratón, distancia que no había disputado nunca antes y por la que pronto sentiría auténtica fascinación: “Si quieres correr, corre una milla. Si quieres experimentar una vida diferente, corre un maratón”, diría poco después. Vence en las tres pruebas, estableciendo el récord olímpico en todas ellas y el récord mundial en las dos primeras.
La final de los 5.000 metros (conocida como la carrera del siglo) fue especialmente emocionante por la resistencia del alemán Herbert Schade, el francés Alain Mimoun y el británico Chataway. La última vuelta al estadio de “La locomotora humana” fue una síntesis de su manera de entender el atletismo: “correr rápido y correr durante más tiempo”. Haciendo un sprint salvaje de casi 300 metros, martilleando el suelo una y otra vez, adelantó y tomó ventaja respecto a sus rivales, mientras el público puesto en pie coreaba: “Za-to-pek!, ¡Za-to-pek!”. Se dio la curiosa circunstancia de que en la capital finlandesa su mujer, Dana Zatopkova, también subió a lo más alto del podio olímpico, al vencer en la prueba de lanzamiento de jabalina. Tras los Juegos, Emil es nombrado teniente coronel del ejército checo.
En sus años victoriosos, pasa a ser símbolo e imagen del régimen comunista de su país, que le utiliza como “arma de propaganda”, que controla y limita sus movimientos y viajes al extranjero, que le espía y distorsiona sus declaraciones. Emil –humilde, tranquilo- se limita a aguantar, sonreir… y seguir corriendo. Traga y aguanta porque correr daba sentido a su vida, y a su vez –rehén del sistema político- era lo que se la robaba. Zatopek era invitado a competiciones atléticas por todo el mundo, pero el régimen comunista, ante el temor de que pudiera desertar, le deniega todas las salidas: sólo competirá en campeonatos oficiales y bajo estricta vigilancia.
Un hombre de principiosA mediados de los 50 su cuerpo se empieza a resentir –en forma de lesiones- de tantos años de extenuante esfuerzo. Esto no le impide, sin embargo, batir sus dos últimos récords del mundo en 1955, el de las 15 millas y el de los 25 kilómetros. Tras unos meses de parón, vuelve de nuevo a las pistas en los Juegos Olímpicos de Melbourne´1956, pero la edad y las lesiones que arrastraba le impidieron codearse con los mejores, terminando sexto en la prueba de maratón. Su decadencia deportiva era ya un hecho; pero él no deja de correr y sonreir. Incluso en la época de las derrotas frecuentes no dejaría de hacerlo ni de tener una buena palabra para todos. En 1958, se despide definitivamente del atletismo en las pistas de Guipúzcoa, en el Cross Internacional de Lasarte, dejando tras de sí una estela imborrable de éxitos.
Tras su retirada, Zatopek demostró que además de un gran campeón era un hombre de principios, lo que le generó numerosos problemas. Se consideraba un patriota liberal y jamás comulgó con el dominio de la URSS sobre Checoslovaquia. En 1968 –coincidiendo con la “Primavera de Praga”- rechazó abiertamente la ocupación de su país por parte de las tropas soviéticas y la imposición del comunismo duro, y apoyó al reformista Dubcek, partidario de más libertad para el pueblo y de un socialismo más humano. Estas críticas trajeron consigo un destierro y un castigo. Le costaron su cargo en las Fuerzas Armadas, y el empleo y el coche con los que el gobierno agasajaba a sus deportistas; le costaron, en definitiva, el cómodo estilo de vida que se había ganado a pulso tras años de sacrificio.
Fue inmediatamente destituido de su cargo en el Ministerio, expulsado del Ejército, separado del partido, y enviado a trabajar en una mina de uranio en Jáchymov, al noroeste del país, en un ambiente insalubre. Además, se le prohibiría residir en Praga. Así aguantaría seis duros años, sin levantar la voz, pese a todo sin dejar de sonreir. Después sería “ascendido” y convertido en basurero, pasando a recorrer las calles de Praga con un camión y una escoba. Cada vez que era reconocido en la calle la gente le ovacionaba y ayudaba en su tarea de limpieza. Jamás un basurero fue tan aclamado; seguía siendo un héroe del pueblo. Así que rápidamente, y visto lo surrealista de la situación, el régimen decide apartarle de ese puesto y enviarle a cavar agujeros para colocar postes telegráficos. Finalmente, tras obligarle a firmar un papel reconociendo su error por apoyar a las fuerzas contrarrevolucionarias, Emil acabaría trabajando como archivista en un sótano del Centro de Información de Deportes.
Con el paso de los años y los cambios en la situación política, Zatopek volvió a tener el trato y la consideración que nunca debió perder. En 1997 la asociación de atletismo La Zapatilla de Oro le nombró “Mejor Atleta checo del Siglo”, y un año después el presidente checo le otorgó la “Orden del León Blanco”, máxima distinción en su país. Trabajador infatigable, durante los últimos años de su vida trabajó como profesor de Educación Física, y mantuvo su cargo en el ejército de la República Checa hasta su fallecimiento, a los 78 años de edad, a consecuencia de un derrame cerebral. De esta forma, se acababa una vida llena de dignidad, generosidad y amor a este deporte.
Arrancamos una serie dedicada a 10 de los mejores mediofondistas y fondistas de la historia. Nombres míticos, son a la vez atletas singulares y personas que representan a la perfección el sacrificio, la épica, el espíritu y sobre todo la belleza de un deporte que cuenta cada día con más adeptos.
Arrancamos, quizá, con el mejor de todos ellos.
Transcurría el kilómetro 20 de la prueba cuando, algo confuso, se giró hacia sus rivales y les dijo: “Yo no entiende de maratón pero, ¿no estamos corriendo demasiado lento?” Tras no encontrar respuesta, aceleró el ritmo y se marchó en solitario en busca de la línea de meta. En el momento de su entrada al estadio los espectadores, puestos en pie, aclamaron entusiasmados su proeza. Era la primera vez que corría un maratón y aquella victoria, con récord olímpico incluido (2h 23:04), significaba la culminación de una hazaña que le encumbró para siempre a la leyenda del atletismo: el triplete olímpico (5.000, 10.000 y maratón) en Helsinki 1952.
“Ese Zatopek corrió como con un péndulo sobre su pescuezo, su lengua carmesí pendía fuera, como si realmente lo estuvieran estrangulando”, escribió un periodista que cubría aquellos Juegos. Efectivamente, su manera de correr era extraña, con un estilo desgarbado, agónico, con la boca abierta y el rostro desencajado, como si tuviera un cuchillo clavado en el pecho, como si su cuerpo se fuera a desvencijar en cualquier momento… Pero era casi invencible. El secreto de su éxito residía en un entrenamiento durísimo, con volúmenes e intensidades descomunales para aquel entonces. En el punto álgido de su trayectoria deportiva, corría 800 kilómetros mensuales (unos 27 diarios).
Su manera de entrenar fue toda una revolución para la época e incluso creó su propia metodología (el entrenamiento interválico), que en un primer momento le generó bastantes críticas. En vez de largos rodajes, hacía numerosas repeticiones de distancias cortas –entre 200 y 400 metros- a muy alta intensidad y con breves pausas de recuperación, en las que seguía corriendo a menor ritmo. Esto le permitió mejorar rápidamente su velocidad y resistencia. “¿Por qué habría de entrenar corriendo a ritmo lento? Ya sé correr a ritmo lento. Debo aprender a correr a ritmo rápido”, decía. Además, entrenaba a menudo calzado con botas militares y peso en los pies; así, la competición le parecería luego un descanso.
De carácter humilde y reservado, Zatopek destacó siempre por su inmenso afán de superación y su amor a este deporte. “Un atleta no puede correr con dinero en sus bolsillos. Ha de hacerlo con esperanza en el corazón y sueños en su cabeza”, llegó a decir. Con esta actitud se ganó el cariño de un público que le adoraba y le aclamaba sin cesar en las carreras. Fue un pionero del atletismo, un adelantado de su tiempo, “un atleta valiente como no ha existido otro”, según el mediofondista español José Luis González… ¿El mejor fondista de la historia? Muchos especialistas no tienen duda de ello.
Atleta por accidente Nacido el 19 de septiembre de 1922 en Koprivnice (Checoslovaquia), era el sexto de siete hermanos de una humilde familia obrera. A los 16 años empezó a trabajar en la fábrica de calzados Bata, gracias a la cual, y de manera absolutamente casual, se inició en el mundo del atletismo. Bata patrocinaba cada año una carrera en la que los jóvenes del pueblo estaban casi obligados a participar. Así, en 1940, con 18 años, no tuvo más remedio que correr y ante su sorpresa (nunca había realizado entrenamiento alguno) quedó segundo, lo que le animó a participar en otras carreras. “La gente me aplaudió y eso me gustó. Desde entonces empecé a acudir a las sesiones de entrenamiento”, recordaría años después.
Sus primeras carreras, sus primeros éxitos en el atletismo, tendrían lugar en una Checoslovaquia ocupada por las tropas alemanas en plena Segunda Guerra Mundial. En aquella época, un joven Emil –un chico tranquilo y callado- trabajaba en la fábrica, asistía a clases de química, echaba una mano a su padre en el huerto familiar que les daba de comer, y corría en sus ratos libres. En 1945, con el país ya liberado de la ocupación alemana y la Guerra tocando a su fin (poco después llegaría el régimen comunista), se alista en el Ejército checoslovaco para seguir la carrera militar, en la que alcanzaría el grado de coronel.
Durante estos años, con una inquebrantable disciplina, cumplía sus obligaciones como militar durante el día y entrenaba por las noches, alumbrándose con una linterna eléctrica. Calzado siempre con sus inconfundibles zapatillas de cuero rojas que le seguían proporcionando –de espaldas a su patrón- sus antiguos compañeros de la fábrica, Zatopek ya poseía por aquel entonces los récords nacionales de 2.000, 3.000, 5.000 y 10.000 metros, y era sin discusión el mejor atleta nacional.
Sin embargo, no se dio a conocer en el atletismo internacional hasta 1946 durante los Campeonatos de Europa de Oslo, donde fue quinto en los 5.000 metros. Dos años más tarde, en los Juegos Olímpicos de Londres, empezó a forjar su leyenda, al lograr la medalla de oro en 10.000 metros -con récord olímpico incluido- y plata en los 5.000. A estos éxitos le siguieron, en el periodo de entre Juegos, numerosos récords del mundo en todas las distancias posibles del fondo (10.000 metros, diez millas, 20 kms, récord de la hora y 30 kms) además de dos medallas de oro en los campeonatos de Europa de Bruselas´1950.
Hazaña olímpica Pero es en los Juegos Olímpicos de Helsinki´1952 donde se corona como el rey del atletismo mundial, al enfrentarse –y salir victorioso- a un reto sobrehumano que nadie antes había intentado y nadie se ha atrevido a intentar después: disputar en apenas una semana los 5.000, 10.000 y el maratón, distancia que no había disputado nunca antes y por la que pronto sentiría auténtica fascinación: “Si quieres correr, corre una milla. Si quieres experimentar una vida diferente, corre un maratón”, diría poco después. Vence en las tres pruebas, estableciendo el récord olímpico en todas ellas y el récord mundial en las dos primeras.
La final de los 5.000 metros (conocida como la carrera del siglo) fue especialmente emocionante por la resistencia del alemán Herbert Schade, el francés Alain Mimoun y el británico Chataway. La última vuelta al estadio de “La locomotora humana” fue una síntesis de su manera de entender el atletismo: “correr rápido y correr durante más tiempo”. Haciendo un sprint salvaje de casi 300 metros, martilleando el suelo una y otra vez, adelantó y tomó ventaja respecto a sus rivales, mientras el público puesto en pie coreaba: “Za-to-pek!, ¡Za-to-pek!”. Se dio la curiosa circunstancia de que en la capital finlandesa su mujer, Dana Zatopkova, también subió a lo más alto del podio olímpico, al vencer en la prueba de lanzamiento de jabalina. Tras los Juegos, Emil es nombrado teniente coronel del ejército checo.
En sus años victoriosos, pasa a ser símbolo e imagen del régimen comunista de su país, que le utiliza como “arma de propaganda”, que controla y limita sus movimientos y viajes al extranjero, que le espía y distorsiona sus declaraciones. Emil –humilde, tranquilo- se limita a aguantar, sonreir… y seguir corriendo. Traga y aguanta porque correr daba sentido a su vida, y a su vez –rehén del sistema político- era lo que se la robaba. Zatopek era invitado a competiciones atléticas por todo el mundo, pero el régimen comunista, ante el temor de que pudiera desertar, le deniega todas las salidas: sólo competirá en campeonatos oficiales y bajo estricta vigilancia.
Un hombre de principiosA mediados de los 50 su cuerpo se empieza a resentir –en forma de lesiones- de tantos años de extenuante esfuerzo. Esto no le impide, sin embargo, batir sus dos últimos récords del mundo en 1955, el de las 15 millas y el de los 25 kilómetros. Tras unos meses de parón, vuelve de nuevo a las pistas en los Juegos Olímpicos de Melbourne´1956, pero la edad y las lesiones que arrastraba le impidieron codearse con los mejores, terminando sexto en la prueba de maratón. Su decadencia deportiva era ya un hecho; pero él no deja de correr y sonreir. Incluso en la época de las derrotas frecuentes no dejaría de hacerlo ni de tener una buena palabra para todos. En 1958, se despide definitivamente del atletismo en las pistas de Guipúzcoa, en el Cross Internacional de Lasarte, dejando tras de sí una estela imborrable de éxitos.
Tras su retirada, Zatopek demostró que además de un gran campeón era un hombre de principios, lo que le generó numerosos problemas. Se consideraba un patriota liberal y jamás comulgó con el dominio de la URSS sobre Checoslovaquia. En 1968 –coincidiendo con la “Primavera de Praga”- rechazó abiertamente la ocupación de su país por parte de las tropas soviéticas y la imposición del comunismo duro, y apoyó al reformista Dubcek, partidario de más libertad para el pueblo y de un socialismo más humano. Estas críticas trajeron consigo un destierro y un castigo. Le costaron su cargo en las Fuerzas Armadas, y el empleo y el coche con los que el gobierno agasajaba a sus deportistas; le costaron, en definitiva, el cómodo estilo de vida que se había ganado a pulso tras años de sacrificio.
Fue inmediatamente destituido de su cargo en el Ministerio, expulsado del Ejército, separado del partido, y enviado a trabajar en una mina de uranio en Jáchymov, al noroeste del país, en un ambiente insalubre. Además, se le prohibiría residir en Praga. Así aguantaría seis duros años, sin levantar la voz, pese a todo sin dejar de sonreir. Después sería “ascendido” y convertido en basurero, pasando a recorrer las calles de Praga con un camión y una escoba. Cada vez que era reconocido en la calle la gente le ovacionaba y ayudaba en su tarea de limpieza. Jamás un basurero fue tan aclamado; seguía siendo un héroe del pueblo. Así que rápidamente, y visto lo surrealista de la situación, el régimen decide apartarle de ese puesto y enviarle a cavar agujeros para colocar postes telegráficos. Finalmente, tras obligarle a firmar un papel reconociendo su error por apoyar a las fuerzas contrarrevolucionarias, Emil acabaría trabajando como archivista en un sótano del Centro de Información de Deportes.
Con el paso de los años y los cambios en la situación política, Zatopek volvió a tener el trato y la consideración que nunca debió perder. En 1997 la asociación de atletismo La Zapatilla de Oro le nombró “Mejor Atleta checo del Siglo”, y un año después el presidente checo le otorgó la “Orden del León Blanco”, máxima distinción en su país. Trabajador infatigable, durante los últimos años de su vida trabajó como profesor de Educación Física, y mantuvo su cargo en el ejército de la República Checa hasta su fallecimiento, a los 78 años de edad, a consecuencia de un derrame cerebral. De esta forma, se acababa una vida llena de dignidad, generosidad y amor a este deporte.
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